En un entorno nevado y en alta montaña, existen otros agentes que también pueden impedir la correcta visión, e incluso originar daños en nuestros ojos. Según asegura Ferreira, “el viento que impacta en nuestra cara favorece la sequedad ocular, y si se combina con la presencia de nieve, es muy probable que partículas y pequeños cristales de hielo entren en nuestros ojos, algo que podría dañar la córnea”. Además de las molestias que podamos notar, la falta de protección va más allá. El Coocyl indica que la radiación ultravioleta provoca ciertos problemas como fotofobias, conjuntivitis y úlceras que si no son tratadas pueden derivar en consecuencias más graves. A largo plazo, está comprobado que acelera la aparición de algunos tipos de cataratas y de la degeneración macular asociada a la edad, dos de los problemas oculares más frecuentes durante la madurez.
Las gafas de sol adecuadas para este entorno también convienen que sean de espejo, para que la luz del sol se refleje sobre ellas y no llegue a los ojos; que cubra los laterales del rostro, para que protejan la piel de la zona; que se adapten perfectamente al rostro (algo que proporcionan las varillas y plaquetas nasales ajustables); que sean ligeras para que no molesten al realizar cualquier movimiento y que estén diseñadas con material orgánico para resistir mejor los golpes y las ralladuras.
El colegio recuerda que existe la opción de usar lentes de contacto debajo de las gafas de sol, o bien graduar alguno de los modelos específicos para este deporte.