Provincia

Más de un siglo de historia taurina

La plaza de toros de madera de la villa fermosellana es conocida por su peculiar estructura y por su larga historia que cuenta con más de cien años de vida.

Más de un siglo de historia taurina

Los primeros años sobre las que se tiene constancia de la construcción de la plaza de madera de Fermoselle datan de mediados del siglo XIX, concretamente, de los años cincuenta. En aquella época, el pueblo estaba dividido por dos clases sociales claramente diferenciadas en las que se encontraban los ricos y los pobres.

Tal es así que en los asientos de la plaza se podía observar cómo estaban distribuidos por ambas clases. Por un lado, estaba la gente de bien que se localizaba en la zona del ayuntamiento. Era una parte privilegiada donde cada familia o grupo de amigos llevaban su talanquera de casa y la posaban encima de los maderos que hacían de base y que el organismo del pueblo se encargaba de construir, asignándole su cargo a una asociación que formaba parte de la corporación. En el otro lado de la plaza se encontraba la clase baja de Fermoselle, quienes no disponían de los mismos recursos que el resto de personas y que se tenían que conformar con lo poco que tenían.

En dichas maderas que llevaba cada familia o grupo de amigos, las mujeres posaban las sillas que traían de casa para poder ver mejor los encierros, aunque esto traía consigo consecuencias negativas, ya que nadie podía pasar de los tablones que cada uno ponía en la plaza y si lo hacía esto daba pie a múltiples peleas entre los grupos por ocupar el territorio del resto. Los hombres de cada familia llevaban un palo en la mano como símbolo de amenaza para aquellos que usurparan su sitio.

En un primer momento, los tendidos solamente se encontraban en la parte del ayuntamiento, donde estaban los ricos. En el resto de la plaza eran tablaos y ahí se sentaba la gente más pobre –caracterizado por la incidencia del sol-. Una parte de los balcones que daban hacia la plaza eran las escuelas y el propio organismo los alquilaba junto con el resto de balcones de las viviendas unifamiliares, que tenían la obligación de pagar un canon para poder ver los encierros en la plaza desde sus propias casas. Si no hacían, el jefe de montaje tenía el deber de taparle el balcón con las maderas para que no pudiera ver nada.

A medida que fue pasando el tiempo, el ayuntamiento otorgó las maderas a dos miembros de una misma familia de carpinteros, los “Tarabilla”. El primo y el padre del actual jefe de montaje fueron los encargados de llevar a cabo el montaje de la plaza después de que hubiera pasado por las manos de otros dos carpinteros del pueblo, quienes, más adelante, vendieron a esta familia que se hizo con el total de las maderas de la plaza.

El ‘coso de madera’ también contaba con un personal de emergencia para asistir en cualquier situación que pudiera suceder. Entre los balcones del ayuntamiento estaba el sitio privilegiado con el que contaban tanto los médicos como veterinarios para estar atentos a cualquier emergencia.

 

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