El siervo de Dios, P. Salustiano Miguélez Romero, nació en la villa del Tera en 1919 y tras ocupar altos cargos en los agustinos se trasladó a Argentina donde permaneció hasta 1999. El "Padre Salus", como familiarmente era conocido, falleció el año 2000 en Madrid
En 1957 fue nombrado secretario provincial de los Agustinos en Madrid y en 1959 secretario general de la Orden en Roma (hasta 1965), continuando como asistente general (1965–1971). En 1972 fue destinado a Argentina, donde desempeñó tareas pastorales en la Prelatura de Cafayate.
El Arzobispo de Salta (Argentina), mons. Mario Antonio Cargnello, ha comunicado a los fieles que ha comenzado el proceso de canonización del Siervo de Dios Salustiano Miguélez Romero OSA. La apertura del proceso responde al documento de súplica presentado el 1 de diciembre de 2022 por el postulador general de la Orden de San Agustín, P. Fray Josef Sciberras, según refiere la orden religiosa.
En el documento, el fraile solicitó la investigación diocesana sobre la vida y las virtudes heroicas, así como la fama de santidad del Siervo de Dios y de los posibles milagros que se atribuyen a su intercesión. Con la apertura de la causa del Siervo de Dios, el primer paso es el de la beatificación y, posteriormente, sería canonizado, declarado santo.
Salustiano Miguélez Romero nació el 19 de febrero de 1919 en Santibáñez de Tera, provincia de Zamora, diócesis de Astorga. Sus padres, Anastasio y María Socorro, le dieron una sólida formación humana y cristiana.
Terminados los estudios primarios en su tierra natal, en 1933 ingresó en el Monasterio de Uclés (Cuenca) de la Orden de San Agustín, donde prosiguió sus estudios Humanísticos, hizo el Noviciado, emitió sus primeros Votos Religiosos y cursó primer año de Filosofía.
El estallido de la Guerra Civil, el 18 de Julio de 1936, interrumpió sus estudios y le exigió abandonar la paz del convento. El joven Salustiano se vio inmerso en el conflicto, debiendo participar en ambos bandos enfrentados. Cumplió con el servicio militar durante tres difíciles años, en los que conservó y acrecentó los profundos sentimientos cristianos cultivados desde su infancia.
Terminada la contienda, en 1939 se dirigió al monasterio de Santa María de la Vid (Burgos) donde prosiguió los estudios sacerdotales, emitió sus Votos Solemnes y culminó la formación eclesiástica. Fue ordenado sacerdote en Madrid el 23 de diciembre de 1944. Posteriormente obtuvo la Licenciatura en Derecho Canónico en la Universidad Pontificia de Salamanca. Ejerció la misión educativa, civil y religiosa, en el Colegio N. S. del Buen Consejo de Madrid y entre 1951 y 1957 fue profesor, maestro de profesos y prior en el monasterio de Santa María de La Vid.
En 1957 fue nombrado Secretario Provincial en Madrid y en 1959 Secretario General de la Orden en Roma (hasta 1965), continuando como Asistente General (1965–1971). En 1972 fue destinado a Argentina, donde desempeñó tareas pastorales en la Prelatura de Cafayate, particularmente en la parroquia N. S. de la Candelaria de la ciudad de Santa María (Catamarca), y en la parroquia Santa Teresa de Jesús de la ciudad Salta, donde permaneció hasta diciembre de 1999.
Estando de visita en España, le detectaron un cáncer, que inútilmente comenzó a ser tratado. Murió el 19 de diciembre de 2000, añorando el regreso a la misión. Había cumplido 80 años de edad y 64 de vida religiosa.
El P. Salustiano sirvió a la Orden en altos cargos y en labores sencillas, con competencia y gran humildad. Su vida se caracterizó por un permanente e intenso crecimiento interior, de hondo estilo agustiniano. De esto dan testimonio sobre todo quienes se beneficiaron de su servicio sacerdotal en los Valles Calchaquíes y en Salta (1972-1999), donde el tiempo no ha logrado borrar de su recuerdo.
El «Padre Salus», como familiarmente era conocido, fue sin duda un religioso pequeño de cuerpo, pero de espíritu gigante. Su biografía así lo testifica. Ya desde pequeño dio muestras de esas cualidades típicamente suyas: alegría permanente, optimismo constante, trabajo incesante, sencillez cautivante, humanidad plena, religiosidad profunda, y cumplimiento ejemplar de sus deberes. Como hombre de probada madurez espiritual y logrado equilibrio, afirmaba siempre que no había personas malas, sino, en todo caso, débiles. Era tan exigente consigo mismo como comprensivo con los demás.