La niebla ha sido el telón de fondo en la mañana de Sanzoles. El sonido de los cencerros guía a los visitantes hasta el salón de usos múltiples de la localidad. Los restos de la noche anterior aún se ven en los vasos vacíos que flanquean la entrada.
El olor a huevos y a chorizo lo inunda todo en un pabellón entre cánticos y el murmullo de todo un pueblo desayunando tradición. En una esquina, los colores de la manta zamorana anuncian la presencia del protagonista: el Zangarrón.
Al cobijo del frío aguarda una nueva carrera tras toda una mañana galopando impulsando por una de las tradiciones más antiguas de ma provincia. El jolgorio cesa y llega de nuevo uno de los momentos más icónicos, la colocación de la máscara.
Todo el pueblo acompaña al personaje hasta la Plaza Mayor. El contraste se adueña del lugar entre lo religioso y lo pagano. Los fieles en el interior de la iglesia honrando a San Esteban, mientras el Zangarrón da su enésima vuelta a la plaza persiguiendo el aguinaldo.
Al acabar la misa, comienza uno de los momentos álgidos de la jornada. San Esteban ya preside la plaza mientras los quintos se entrelazan en el tradicional baile ensayado durante meses. Una retahíla de castañuelas y reverencias en honor a su patrón.
“No conozco a ninguno”, exclama una de las vecinas que se agolpan en el corrillo. “Si mira, ese es el de la Nieves y el otro el de Arancha”, le explica su acompañante mientras la dulzaina, el tamboril y, como no, los cencerros son los artífices de la banda sonora de este 26 de diciembre en Tierra del Vino.
El pendón baja. “Oleeee” se puede escuchar para dar paso al primer pisotón del Zangarrón sobre la vejiga. “Te digo yo que no explota”, comenta la vecina más habladora de la mañana. Pero explotó y el pendón volvió a bajar dos veces, y las últimas vejigas pisadas pusieron fin a la tradición que un año más puso el foco en Sanzoles.
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