El Día de Todos los Santos es una celebración que supone una ocasión especial de recordar a familiares y allegados que dejaron este mundo. Una tradición instituida por la Iglesia Católica que mueve mucho más que un simple recuerdo. Alrededor de esta fiesta el negocio también está servido, pues como manda la tradición las tumbas se adornan con flores y la gastronomía tampoco escapa de la misma mediante los tradicionales buñuelos o los huesos de Santo.
Estos días, las floristerías zamoranas cuentan con un ajetreo mayor al habitual. Desde estos establecimientos dejan patente el mayor volumen de ventas que se tiene durante esta fecha, con un ligero crecimiento con respecto a las del año pasado. El clavel, la margarita, el gladiolo o la incursión de la rosa son las flores más demandadas estos días en ramos adaptados a todo tipo de bolsillo que pueden ir desde los 15 a los 150 euros. La flor artificial también llega a participar de los ramos por la festividad de Todos los Santos siendo fiel a una clientela determinada.
Sin embargo, a lo que a repostería se refiere, los buñuelos se llevan la palma en ventas. Y es que es el día para degustar los sabrosos buñuelos, un producto que data del siglo XIV, cuando se empezaba a utilizar el aceite para freír. Al principio tan sólo lo producían en los conventos pero ahora es el pastel más esperado antes del 1 de noviembre.
Los buñuelos de viento se realizan con una masa fría a base de agua, leche, sal, manteca de cerdo o mantequilla, harina y huevos. Para elaborar esta masa se hierve el agua, la sal y la manteca en una cazuela, una vez fundida se añade la harina y se amasa a fuego suave. Cuando la masa se hace una bola seca se separa del fuego.
El siguiente paso es ponerlo en aceite y cocerlo, se hace pasta consistente y luego se mezcla con los huevos. Tras esto se hacen porciones redondas similares, se fríen y se rellenan. Lo tradicional es hacerlo con nata, crema o trufa pero también existen buñuelos de café o fresa, e incluso bacalao y merluza.
El relleno de buñuelos se elabora con yema de huevo y es un dulce envuelto en masa de mazapán a partes iguales de azúcar y de almendra. Después se lamina o se estira y se deja secar. Se rellena principalmente de yema, tal y como es el tradicional. La elaboración termina bañándolos en 'masa de grasa muerta' de agua o jarabe.