Desde las diez y media de la mañana empezaban a llegar a la iglesia de San Ildefonso los primeros sacerdotes y obispos de toda España. En un goteo constante, los prelados accedían al templo, mientras los fieles esperaban a la puerta de la iglesia la llegada del féretro y ocupaban lugares habilitados por la organización en la parte trasera de la nave de San Ildefonso.
El toque de difuntos comenzaba a sonar en las iglesias de la capital gracias al trabajo de la Asociación de Campaneros y el responso se iniciaba a las once y media en punto. Tras la pequeña oración llegaba el momento de emprender la marcha en procesión hasta la Seo. Un centenar de sacerdotes y una treintena de obispos llegados desde todas las partes del país formaban parte de la comitiva. También familiares, fieles y representantes públicos se unían a esta procesión.
Por el camino, los familiares, los trabajadores y colaboradores de Cáritas, los profesores de religión, los representantes de la Semana Santa y los presbíteros fueron los encargados de portar a hombros el féretro que contenía los restos mortales de Gregorio Martínez Sacristán.
Ya en la Catedral, y con un lleno absoluto, se celebraba la misa de funeral. El encendido del cirio, la colocación de las vestiduras, la mitra, el báculo y el evangelario completó el rito inicial, antes de dar inicio a la Santa Misa. Cientos de fieles rezaron por el difunto obispo de Zamora en una eucaristía que fue presidida por el arzobispo metropolitano y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Ricardo Blázquez, y concelebrada por obispos llegados desde distintas diócesis españolas.
Tras la misa, el cuerpo recibía cristiana sepultura en la S.I Catedral, en concreto en la zona del trascoro.