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Raquel Bautista: “En todos los cuentos de princesas existen hadas madrinas, príncipes protectores y brujas malvadas”

Raquel Bautista: “En todos los cuentos de princesas existen hadas madrinas, príncipes protectores y brujas malvadas”
Cuando acaba de terminar la Semana Mundial del Parto Respetado, que aboga por una menor intervención médica en todo el proceso de dar a luz, Raquel Bautista, vocal de la Asociación para la Crianza con Amor y el Apoyo a la Lactancia Materna de Zamora ‘Creciendo Juntos’, explica de forma crítica y en estricta primera persona su experiencia al dar a luz a Helena, el pasado día 7 de noviembre de 2013.

El día que vi a mi princesa. Sí; nació una princesa, porque en todos los cuentos de princesas existen hadas madrinas, príncipes protectores y brujas malvadas. Pero no me voy a adelantar: Comenzaré por el principio de un día muy largo, con sus luces y sus sombras.

Helena, mi princesa, es mi hija menor. Mi príncipe protector se llama Rubén, de cinco años, quien, ya desde que estaba embarazada, pedía en el cole a Dios que a su mamá no le doliera cuando llegase su hermana. Eso es protección y lo demás son tonterías.

La noche del 5 de noviembre me acosté con mi príncipe, le abracé, leachuché y le besé porque sabía que la cosa estaba comenzando, y sería la última vez que me acostaría con él a solas. Las contracciones habían comenzado, no eran rítmicas y se paraban y podía estar media hora o una hora sin ellas.

Me levanté a las seis de la mañana porque me resultaban molestas y no podía dormir, pero no dije nada, Cuando mi marido se preparaba para irse al trabajo le dije que se llevara a Rubén al cole y que estuviera pendiente del teléfono, pero que se fuera. Quería estar sola y aunque tenía contracciones la cosa tardaría, y vaya si tardó. Me pasé la mañana preparando la casa, fui a comprar comida preparada porque no podía cocinar, tenía contracciones molestas pero llevaderas, me hacían parar, pero resoplaba y continuaba.

A las dos llegaron mi marido y mi hijo. Quería sentarme a comer pero, ya no pude, las contracciones eran más intensas. Comí alguna croqueta y me fui a la habitación, quería descansar un poco y guardar fuerzas. Mi marido se acercó y me preguntó si podíamos llamar a Arancha y María. y le dije que sí, yo estaba muy tranquila pero sabía que él estaría más relajado cuando llegasen ellas. Llame a María y me dijo que ella se encargaba de avisar a Arancha.

Después mi marido se sentó a mi lado y me hizo un masaje en los pies, es lo que más me gusta en el mundo y el odia darlos, pero desde este momento Roberto miraba solo por mí. Siempre pensé que en este parto me apetecería estar sola y no, todo lo contrario quería que Roberto estuviera en todo momento a mi lado. No puedo explicar todo el amor que sentí en esos momentos cuando alargaba mi brazo y él me sostenía, me miraba ayudándome, sentía mi dolor y me acompañaba en silencio. Siento que lo hicimos los dos, de principio a fin, me demostró todo lo que me quiere. Este parto me ha hecho quererle mas si cabe y darme cuenta de lo afortunada que soy al tener a un hombre que me quiere tanto Con el nacimiento de Helena se han cerrado para siempre heridas emocionales del nacimiento y los primeros meses de Rubén Fueron catorce horas de puro amor de mi niño, que me abrazaba en las contracciones y sentía todo su cariño.

Mientras Arancha y María llegaban, yo intentaba disfrutar de mi masaje de pies, pero cuando me venía una contracción no podía estar parada. Me puse de rodillas en la cama con la cabeza apoyada en la almohada mientras Roberto, en silencio, mantenía el contacto. Hubo un momento, entre contracciones, que descansé, me puse de lado, el también se tumbó y le escuche roncar, se me dibujó una sonrisa en la cara, él estaba tranquilo también.

Mientras tanto creo que Rubén veía los dibujos. Mi niño sabía lo que estaba pasando y no me interrumpió en ningún momento. Más tarde me levanté, me senté en la pelota y me colgué de un columpio que habíamos hecho para la ocasión. Enredé mis brazos en el fular- columpio y me balanceaba con la pelota. Cada vez que se pasaban las contracciones le hacia un gesto a mi príncipe que venía a abrazarme, y cada abrazo era un chute de felicidad y de descanso.

A las seis de la tarde llegaron las hadas-matronas. Primero llego María. Desde que conocí a María supe que ella estaría en mi parto. En la preparación al parto, yo, de escasas catorce semanas, sentía miedo del embarazo ya que en el anterior tuve que mantener reposo cinco meses, pero ella me miró y, con esa mezcla de sabiduría y empatía, me dijo que este embarazo es otro embarazo, eso ya pasó. Y lo dijo tan convencida que no podía dudar pudiendo disfrutar de mi tripilla por fin.

Al rato, llegó Arancha. Escucharon a Helena. Estaba perfecta. Me encantó como me tocaban la tripa, como se dirigían a Helena. Yo no era una tripa mas, ellas la hablaban. Rubén, que es timidísimo, se puso a contarle a Arancha como jugaba con su granja virtual que tenía en el iPad y ella le escuchaba con mucha atención.

En esos momentoslas contracciones eran más suaves. María me dijo que era normal (ya se sabe, la oxitocina es una hormona tímida). Me fui a la habitación para que se animase de nuevo y le pedí a Roberto que llamara a una amiga que se encargaría de estar con Rubén ese día.

Después llegó Lara. La miré y solo pude hacerle un gesto con la mano, pues las contracciones volvían a ser mas intensas. Cuando se fue, le pedí a María que mirase cuánto había dilatado. Esa primera palpación me dolió pero solo era dolor físico. En el parto de Rubén, cada vez que me palpaban me sentía muy violenta, como si me humillaran; no pedían permiso y, si me quejaba, me miraban como si fuera una niña quejica.

Estaba dilatada de muy poquito. Se avecinaba un parto largo. María y Arancha decidieron dejarnos solos e irse a cenar por Zamora. Cuando se fueron, Roberto quiso ponerme una serie en el DVD para distraerme un rato, pero no pude, las contracciones ahora eran muy pero que muy intensas. Comencé a seguirlas con las ‘ooooooo’ y eso me ayudó muchísimo. Creo que las hadas llegaron de nuevo a las dos horas y recuerdo que Arancha se puso un pijama de Hello Kitty, cosa que me encantó porque le quitaba dramatismo al momento.

Todo era tranquilo, aunque ahora las contracciones me dejaban cansadísima, pero yo seguía con mi ‘oooooo’, sentada en la pelota y enganchada del fular. En cada contracción, creo que me levantaba de la pelota colgada del fular, el dolor me bajaba de la tripa a la pelvis con una intensidad salvaje pero, después, podía descansar unos minutos. No me acuerdo si me preguntaron o yo dije que llenaran la piscina. Me guardaba esa baza para aliviar el dolor cuando empezara a ser insoportable.

Mientras tanto, sonaba el teléfono. Era mi madre. Si no se lo cogía, seguro que se preocupaba, ya que siempre hablamos todos los días, pero no quería que saliese corriendo; quería evitar que sufriera al verme con dolor porque la madre de una amiga me confesó que lo pasó muy mal al ver a su hija dar a luz.

Descolgué el teléfono, intente hablar con normalidad pero me vino una contracción muy intensa y colgué. Volví a llamar y me inventé que se había cortado por la cobertura, pero que estaba haciendo la cena al peque y que no podía hablar.

Antes de que llenaran la piscina me duché y en cada contracción me colgaba del enganche de la ducha. Me calmó un poco el agua caliente. Lo que más me molestaba es que las contracciones me pillaran en movimiento. Cada vez que me venían me paralizaban y María me sostenía la tripa, abrazaba a Helena, mientras yo me colgaba de Roberto con una fuerza brutal. En un momento dado, Arancha me hizo un masaje mientras estaba en la pelota, que me calmó muchísimo y me hizo conectar más con mi cuerpo. ¡Qué sensación! Pasaba del dolor más intenso a la calma. Al rato, decidí entrar en la piscina. El agua caliente me calmaba pero no podía controlar bien las contracciones y al rato salí.

María volvió a palparme y dijo algo de que estaba posterior; vamos, que todavía me quedaba para rato y el dolor era muy insoportable. Cada vez tenía menos tiempo para recuperarme. Empezaba a desesperarme. Las ‘ooooooooos’ pasaron a ‘aaaaaas’ y, después, a gritos de súplica.

Ya eran las dos de la mañana y no podía más. Intenté meterme otra vez en la piscina pero no encontraba descanso. María dijo en algún momento que estaba siendo un parto duro y me dio flores de Bach. Les dije que no podía soportar más; necesitaba que se acabara ya. Me contestaron que la única forma de que fuera más rápido era rompiendo la bolsa y ellas en un parto en casa no lo hacían por los riesgos de prolapso del cordón. Les pedí que la rompieran pero ellas fueron sensatas y no lo hicieron. Mientras tanto, mi marido me suplicaba con la mirada, el también necesitaba que se acabase.

Dije de irme al hospital para romper la bolsa y mi marido me asintió. Quería que tomara la decisión pero me esperé un poco más, aunque el dolor era continuo; era una contracción tras otra, sin descanso. Aullaba, me retorcía y, en un momento dado, pensé que me desmayaba. Fue entonces cuando decidí ir al hospital.

Sombras

María me tranquilizó. Me dijo que nosotros, los padres, planeamos algo y, muchas veces, los hijos nos desarman esos planes. Ahora lo pienso y me digo a mí misma: ‘Podía haber aguantado más’ pero mi marido me hace recordar, lo vuelvo a vivir y no, no podía más. Ojalá se hubiera roto la bolsa porque, a partir de aquí, comienzan las sombras.

La escasa media hora que pase en el hospital hasta que vi a Helena fue una lucha constante. Salimos de casa y Arancha y María nos llevaron hasta allí. Yo pensé que le rompía el asidero del coche a María porque estaba, literalmente, suspendida de él. Cuando llegamos, cosa que no llevó más de cinco minutos, le pidieron a mi marido la tarjeta y el pobre tiró todo el bolso.

Estaba con mucha tensión y yo me acerqué al celador y comenzó la lucha. Me miró y me dijo que si no me habían enseñado a respirar. Me lo decía porque estaba controlando la contracción, estrujando a Arancha y aullando la ‘aaaa’ o la ‘ooooo’,no me acuerdo bien.

Esos momentos fueron muy salvajes de dolor, estaba ida. Le ignoré y nos subió al paritorio. Allí esperamos dos o tres minutos y, cuando salió una auxiliar, me mando entrar pero, en ese momento, estaba en plena contracción y pedí que me esperaran.

De muy malas maneras, me dijo que si iba a entrar o tenía que salir a buscarme. Entré como pude y allí, en una sala de exploración, me dijeron que me quitara la ropa en otro cuartito pero las contracciones no me dejaban moverme y me quite la ropa en esa misma sala, cosa que las cabreó sobremanera.

La auxiliar me repetía que dejara la ropa en el cuarto y, como no se callaba, tiré la ropa hacia allí. Mientras tanto, mis contracciones no paraban. Yo me aferre a mis ‘aaaaaaas’ con aullido y ellas empezaron a gritarme que me callara y ya no pude más. Grité que entrara Roberto. Me quería ir a mi casa. Roberto me tranquilizó, cuando entró ya no había marcha atrás, nos teníamos que quedar. Tenía razón y estaba en manos de esas “profesionales”.

En media hora, pase del trato amoroso de Arancha y María al desprecio total de estas malas profesionales. Todavía recuerdo la sensación de los golpes que me daba la auxiliar en el pecho para que me callara. Rompieron la bolsa y noté como bajaba Helena en cuestión de segundos; notaba su cabecita y ya no dolía. Ojalá esa sensación nunca se me olvide. Mi niña ya estaba cerca, cerca de ver su carita.

Me pasaron a una sala con el potro y ni me lo pensé, me puse en cuclillas, apoyando mis brazos donde deberían ir los pies y esto escandalizó a la auxiliar, que no paraba de gritarme que era una insensata y que me levantara si no quería tener a mi hija en el suelo.

Yo iba a mi bola. Estaba en mi mundo, empuje en cuclillas, note su cabecita y cómo me agarraban por los brazos, tirando de mí hasta que, finalmente, accedía subirme al potro. En ese momento entro Roberto, mientras la matrona seguía gritándome. Me dijo que empujara cuando notara la contracción. No me dio ni una oportunidad, me pegó un tijeretazo en el primer pujo y salió Helena. Vi su culete y escuché otro tijeretazo, la "profesional" había cortado el cordón tan rápido... Y tiró de la placenta. Tuve mucha suerte y se desprendió sin romperse.

Me pusieron a mi niña encima y una “profesional” no paraba de quejarse de cómo me había portado, pero a mí me daba lo mismo: Ya estaba aquí mi princesa. No podía parar de mirar sus ojos tan abiertos, negros, rasgaditos, ¡se parecía tanto a su hermano! Se la llevaron a unos metros de mí para vestirla y yo alargaba las manos. No me la daban y, por miedo a que se la llevaran, pedí perdón. En fin, por un hijo, lo que sea.

Me la devolvieron y me cosieron con ella encima mamando, ¡¡qué fuerza tenía!! Mientras, Roberto avisó a Arancha y María, que se habían quedado en la sala de espera, de que estábamos bien. El pobre, según me dice él, explotó y se puso a llorar de tantas emociones.

Después de coserme, me llevaron a otra sala y allí miré y remiré a mi niña, a solas las dos. A las cuatro horas, llegaron mis padres de Madrid. Mi madre se saltó las normas y entró en la habitación; no podía esperar. Me dio un abrazo y lloramos las dos. Eran tantas emociones juntas, la alegría de tener a mi niña en brazos, todo lo que habíamos pasado, la lucha con las “profesionales”...

Y, por fin, a la hora llego mi príncipe, con su sonrisa preciosa, a conocer a su princesa, como él la llama.

 

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