Zamora y su hostelería están conmocionadas, de luto, y lloran este jueves la trágica muerte de Miguel Fernández, propietario del Café Numancia, en un accidente de moto en la avenida de Cardenal Cisneros, a la altura del Centro de Transportes, al colisionar con un turismo minutos antes de la una de la tarde.
Policía Municipal y efectivos del 112 en una UVI móvil se trasladaban al punto del accidente, donde sólo se pudo certificar la muerte de Miguel. La noticia corría como la pólvora de forma inmediata en los teléfonos y WhatsApp de los zamoranos, que aún no asimilan la perdida de uno de los grandes de la hostelería, un clásico, un tío duro de alma tierna que supo convertir el Numancia en la casa de todos. Ahora ya luce un crespón negro en su perfil de Facebook.
Rockero, motero, vikingo de alma vieja, nostálgico, noctámbulo, soñador bajo un cielo de neón entre paredes rosadas cuyo 36 aniversario celebramos en la distancia, en la soledad de la pandemia, con un brindis de papel que le calentó el corazón. Y es que corazón tenía mucho. Mucho.
Con sus máscaras enigmáticas y su chapolín, su cerveza negra y tostada, la tizona en la espuma, sus baldosas ajedrezadas y sus conversaciones interminables al otro lado de la barra; con sus Blue Brothers siempre sentados esperando la siguiente caña y su inseparable Isabel al lado, su amor para siempre, compañera, madre de sus dos hijos, Rodrigo y Pablo, orgullosos abuelos que se escapaban a Sevilla en cuanto podían.
Qué sola, que huérfana se queda Zamora; qué oscura la Plaza de Cristo Rey, sus noches de invierno, su terraza de colorines y música en vivo. Qué tristeza más grande tener que escribir ésto. Qué putada, Miguel; cómo duele pedirte que vueles, que cabalgues directo sobre dos ruedas a lo más alto con tus trenzas de guerrero, tu barba y bigote numantino, de zamorano peleón que ha resistido el eterno Cerco que mata poco a poco a esta ciudad. Tú, en cambio, le dabas vida.
Ráfagas al cielo, moteros, que sube un GRANDE, un casta, porque quiero pensar que existe un cielo para la gente buena, pura, auténtica; para los que pasan por la vida a su bola y sin hacer daño, dibujando sonrisas, edificando amistades eternas sobre la efímera espuma de una cerveza o las burbujas de un gintónic, siempre el penúltimo.
Ráfagas al cielo, que hoy brilla una estrella nueva en el cielo zamorano con una espada dibujada en el corazón, su Harley y su bandera.
Vuela libre, Miguel, tan anárquico así en el cielo como en la tierra. Te vamos a echar mucho de menos.
(Todo mi amor para Isa, Rodrigo y Pablo; para la gran familia del Numancia, a la que hoy le han arrancado el corazón sin anestesia; también para su familia motera, que este fin de semana tenía programado el reencuentro y se une en la despedida, en este mazazo que abre con tanto dolor un nuevo mes de septiembre)
Descansa en la paz, mi querido guerrero numantino. Gracias por tanta luz en las noches más oscuras.
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