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Luis de Castro: “He aprendido a reorganizar mis prioridades en la vida"

Luis de Castro: “He aprendido a reorganizar mis prioridades en la vida"

Tiene 24 años y estudia Trabajo Social. Tras leer, ver y escuchar a diario las noticias sobre la crisis de refugiados, Luis de Castro sentía que debía de “hacer algo” y siempre pensaba la forma de poder ayudar. Comenzó a buscar información a través de internet en foros independientes de voluntariado y el 11 de julio partió hacia Grecia junto a otros cuatro españoles. No se conocían entre ellos pero una vez juntos crearon un proyecto de ocio para un campo de refugiados. 

En realidad, se trataba de un viejo hotel abandonado cerca de Termópilas. Según les explicaron los coordinadores del improvisado centro, el complejo estaba vacío y un grupo de refugiados que pasaba por allí decidió ocuparlo hace ya varios meses. La parte sanitaria ya estaba cubierta pero la de ocio no.

“Jugábamos, bailábamos, hablábamos...”, relata Luis. El calor extremo condicionaba cada jornada. Durante el día solían realizar actividades dentro de lo que antiguamente era el restaurante del hotel, ahora reconvertido en escuela, y cuando el termómetro bajaba de temperatura, salían al exterior. “En teoría, comenzábamos los talleres y manualidades a las diez de la mañana pero a las ocho y media ya tenías a los niños despertándote para que jugaras con ellos”, cuenta. “Sin embargo, no estaba cansado, los niños te daban la vida, forraron todo el antiguo comedor de dibujos”. 

Por la tarde, corrían, jugaban al voleibol o al pañuelo. “Había que desfogarse”, apunta el joven zamorano. “También muchos días subíamos a unas cascadas de agua termal próximas al campamento. Era una zona turística y, en una ocasión, una americana se nos quedó mirando y nos dijo: ‘Decidme que no es lo que parece’. Le contestamos que sí, que era un campo de refugiados e inmediatamente echó mano de su cartera diciendo: ‘Tengo 200 euros, decidme qué es lo que necesitáis’. Se acercó al pueblo más cercano y al poco rato apareció con botes de champú, anti mosquitos y una malla llena de balones”. 

La noche era tiempo de tertulia. “Sacaban sus cachimbas, sus tés y sus frutos secos y comenzábamos a hablar, hablar y hablar. Les tenemos las puertas de Europa cerradas, yo hubiera comprendido que tuvieran ciertas reticencias a hablar con nosotros, pero no fue así”, reconoce Luis. “No tienen rencor, nos decían: ‘Si es que tú no puedes abrirme las fronteras y todo lo que puedes hacer, lo estás haciendo’. Eran muy agradecidos. Nos contaban sus historias, nos enseñaban sus vídeos caseros de los bombardeos y delante de ellos intentabas mantener la compostura pero a veces no podías más y rompías a llorar. Eran ellos los que nos consolaban a nosotros”.

Según cuenta Luis, los refugiados, la mayoría de origen sirio, siempre hablaban de las tres muertes: de la muerte en guerra en Siria, de la muerte en el mar y de la muerte esperando a que abran las fronteras. “Eso nos quedó grabado a todos”, confiesa. “El tema de las mafias también está muy presente, cada dos por tres estabas escuchando una conversación en el pasillo de: ‘Oye, que me van a conseguir el pasaporte’. Y tú al final lo acabas viendo como una alternativa… no buena, pero sí menos mala. Y es que llegados a ese punto, ¿quién no lo haría?”, se cuestiona. “Están engañados, solos y se sienten impotentes. Muchos dicen: para estar esperando aquí en el campo, me vuelvo a mi casa y muero con mi familia”. 

Transcurridos quince días, Luis regresó y la vuelta fue lo más duro. "Tenía la sensación de abandonarles, de decirles: ‘Os abandono, yo he venido, he estado aquí, pero ahora me vuelvo a mi casa”. Asegura que en cuanto reúna algo de dinero y tiempo, volverá. “He aprendido a reorganizar mis prioridades en la vida, a no juzgar tanto y a no conformarme, ellos te humanizan. Debemos de informarnos, sensibilizarnos y ejercer presión a nuestros políticos. ¿Hasta cuándo vamos a permitir esto?”.

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