María Esther Pérez Dalmeda nació en San Sebastián, aunque se crió y vivió en Valladolid hasta que se licenció en Filología Hispánica, momento en el que se fue con su mochila a Inglaterra para aprender inglés mientras trabajaba de camarera, dependienta y profesora particular.
Después de trabajar dos años en una agencia de publicidad en Madrid, empezó a notar que perdía visión y emprendió un largo y fructífero camino que, por el momento, le ha llevado a dirigir la nueva agencia de la ONCE en Zamora, que regresa a la provincia tras diez años en los que la de Salamanca asumió sus funciones. Las personas afiliadas han recibido la reapertura como el mejor regalo, precisamente en las fechas en las que se celebra el día de su patrona, Santa Lucía de Siracusa.
¿Cuándo empezó a perder la vista?
Hacia los 30 años. Tengo retinosis pigmentaria, una enfermedad congénita que consiste en que las células de la retina se van muriendo. Todavía conducía pero ya notaba molestias al trabaja con el ordenador y la agencia en la que trabajaba era de gestión de medios y necesitaba utilizar mucho el Excel para planificar las inversiones de los clientes y que sacaran rentabilidad en los medios de comunicación. Fue ahí cuando decidí dedicarme a dar clases de español para no cansarme tanto delante el ordenador. Los médicos me dijeron que el estrés me venía muy mal.
¿Cómo fue adaptarse a un cambio así, ya de mayor?
Me siento muy afortunada porque mi cerebro se ha adaptado y me ha ido dando la información que me falta. Pienso que me la da porque ya la ha recibido. Yo veo poquísimo. En agudeza visual, igual veo a un metro pero nunca de forma perfecta porque tengo dañada la zona central y lo veo todo borroso. Con la visión periférica veo mejor. Empecé a dar clases y a hacer el doctorado en Literatura Española y Teoría de la Literatura. Hice la tesis sobre la intertextualidad en Juan Bonilla, un periodista y escritor de Jerez. Con la crisis de 2008, se redujo mucho el número de alumnos que venían a Valladolid, empecé a buscar trabajo y terminé en Hong Kong. Mi familia pensó que estaba loca y todavía lo piensan. (Risas). Una amiga me decía que cómo me iba a ir si no era capaz de ver el número del autobús cuando venía.
¿Qué vida llevó en Hong Kong?
No dije que no veía. Es algo que los especialistas llaman ‘discapacidades encubiertas’. Fingía que veía y ese año y medio fue muy estresante. Volví a Valladolid porque se me acababa el plazo para la tesis y fue cuando me afilié a la ONCE.
Ha sido meteórica su trayectoria en la ONCE.
Tardé mucho en afiliarme. Llevo seis años afiliada. Terminé la tesis con mis adaptaciones, no con las de la ONCE, pero sí hice después el Toefl porque quería estudiar Educación Especial. Pude hacerlo gracias a la ONCE porque me pusieron adaptaciones en el ordenador. Yo necesito contraste porque no veo sobre blanco, sino sobre fondo negro. También conseguí una beca de la ONCE para estudiar en Noruega. Al volver, estuve seis meses sin encontrar nada en Valladolid y volví a Hong Kong, de coordinadora del centro en el que había estado trabajando de profesora. Ahí ya dije que había perdido vista pero no tuve problemas. Desde allí, hice la solicitud y pasé varias entrevistas y pruebas en la ONCE.
¿En la entrevista de la ONCE valoraron tanto su arrojo como su formación?
Un poco de todo. Hicieron mucho hincapié en la movilidad geográfica. Para una persona que no ve bien, resulta mucho más difícil que te saquen de tu zona de confort.
La ONCE ha conseguido durante toda su trayectoria una integración absoluta de la discapacidad.
Yo creo que sí. Para empezar, el Grupo Social ONCE es el cuarto empleador nacional y España es el país de Europa que más personas con discapacidad tiene contratadas y eso no sería posible sin la ONCE. En Noruega estuve mucho en contacto con el mundo de la discapacidad y somos muy reconocidos en ese aspecto. El mensaje es que podemos hacerlo todo, aunque lo hagamos de otra manera. Puede que tardes más tiempo pero la actitud lo es todo.
¿Qué le parecen los eufemismos al hablar de discapacidad?
No me parecen necesarios. Es mejor llamar a las cosas por su nombre. Para la inclusión, es fundamental la visibilidad y el Grupo Social ONCE la tiene en todas partes. De hecho, el objetivo de la visibilidad es uno de los motivos por los que hemos vuelto a Zamora, además de apoyar a la denominada ‘España vaciada’ y tener representación en todas las capitales de provincia. Con la apertura Zamora, Ávila, Teruel y La Palma, que se cerraron durante la anterior crisis económica, y la de Soria, que se abrirá en breve, ya estamos representados en toda España. Son presupuestos aprobados en época de bonanza y que se han mantenido en plena pandemia.
¿En qué consiste su trabajo aquí?
El trabajo de la agencia de la ONCE en Zamora tiene una gran carga simbólica porque representa al Grupo Social ONCE en la provincia. Aquí está el administrativo que trabaja con juego y yo. También tenemos dos maestras, que no están físicamente aquí porque viajan por la provincia para atender a menores en el colegio para asuntos tecnológicos de adaptación, por ejemplo, y técnicos, tiflológico, rehabilitación, psicóloga y trabajador social, que vienen de Salamanca una vez por semana.
¿Qué supone la innovación tecnológica para una persona ciega o con graves problemas de visión?
Marca la diferencia. Sin la tecnología no imagino cómo sería mi vida. Yo no sé Braille porque no nací ciega pero quiero aprenderlo para no ser analfabeta leyendo porque, al final, leo con el oído pero eso no es leer en realidad. Era uno de los objetivos de la pandemia pero, al final, no lo hice. El alfabeto lo aprendes enseguida pero el problema es desarrollar el sentido del tacto para leerlo. Mi padre, que trabajó toda la vida en la construcción, lo aprendió y no se maneja porque tiene los dedos muy callosos.
¿La Organización respalda las necesidades de tecnología?
Absolutamente. Tú estás afiliado a la ONCE, tienes una necesidad y la ONCE la cubre. A mí me encanta el Club ONCE, una plataforma desde la que te puedes descargar aplicaciones para tener, por ejemplo, un lector de libros en el móvil o películas con un audio explicativo. La tecnología ha hecho muchísimo por nosotros y se ha demostrado para todo el mundo durante la pandemia.
¿Cuántas personas afiliadas tiene la ONCE en Zamora?
Somos 280 afiliados, cinco de los cuales son vendedores, aunque 45 venden el cupón. Yo me afilié hace seis años porque no veía pero no me dediqué a la venta hasta que volví de Hong Kong y entré en el programa. Salir a la calle y vender te da una formación impresionante. Te afilias porque no ves y necesitas ayuda pero la venta va a aparte. Con una discapacidad del 33 por ciento puedes venir a vender. El cupón es una pasada. Lo primero, el empleo y, además, con la venta de los cupones vive la ONCE y la Fundación ONCE, que recibe un tres por ciento de la recaudación y se dedica a ayudar a personas con todo tipo de discapacidades, programas de accesibilidad e inserción laboral.
¿Qué perspectivas tiene con la reapertura de la oficina en Zamora?
Lo primero, llegar a todos lo afiliados, que han echado de menos tenerla cerca durante los últimos diez años. Han estado atendidos desde Salamanca y Valladolid pero prefieren tenerla en su provincia. Estoy llamando a todos para recordarles que hemos vuelto. Lo han recibido con mucha ilusión. Nos han traído flores, pasan a vernos y llaman para agradecer el regalo por Santa Lucía. El otro día vino una joven para preguntar cómo podía afiliarse y, al día siguiente, me dijo que había estado llorando porque le ponía muy triste hablar de su enfermedad pero, al mismo tiempo, se sentía feliz al hablar conmigo y ver a una persona joven que no ve y que tiene futuro en España, con un trabajo precioso.