Una vez superada la puerta de la fortificación, los protagonistas, bien equipados para la ocasión, y siempre vigilados por la atenta mirada de sus padres, descubrieron los secretos de la magia a través de las veloces manos de un siniestro ilusionista que absorbió la atención de unos pequeños tan petrificados por los trucos de su interlocutor como asustados por su aspecto.
Al lado del mago, tras un pequeño biombo aguardaba la sesión de cine. Eso sí, en inglés, y con historias para no dormir. Muchos prefirieron saciar su curiosidad en un lugar más propicio, ya en las profundidades del Castillo, donde una pitonisa muy segura de sí misma les tomó la mano y leyó las líneas de su palma para desvelarles el futuro. Muchos quedaron anonadados al comprobar que esta ‘bruja’ era capaz de adivinar cuándo tenían una excursión con el colegio o cuál era su deporte favorito.
Para superar toda esta impresión y charlar con el resto de los presentes en esta fiesta, los pequeños vampiros, fantasmas y muertos vivientes se dejaron guiar por la música hasta llegar a una improvisada pista de baile, en la que los más danzarines entraron en trance y los más tímidos optaron por dirigirse al rincón en el que otro hombre siniestro se dedicaba a la blanca labor de la papiroflexia.
Así fue cayendo la noche, mientras sospechosos hombres con zancos, caretas y rostros desfigurados les observaban en la oscuridad. Llegaron las nueve y las puertas del Castillo empezaron a cerrarse. El sueño comenzó a vencer a la curiosidad y al miedo y la fortificación quedó atrás dejando una estampa terrorífica en sus ojos; una imagen propia de la noche más fantasmagórica del año. Es Halloween. También en Zamora.
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