Los agricultores y ganaderos se movilizan estos días para denunciar la crítica situación que atraviesan por las exigentes normativas ambientales, las fluctuaciones en los precios de los productos, la escasa flexibilidad de la Política Agraria Común y las consecuencias de la sequía. Todo ello -denuncian- les empuja a la ruina económica y al consiguiente abandono de sus explotaciones.
Tal y como ha señalado el Pontificio Consejo Justicia y Paz, el trabajo agrícola y ganadero merece “una especial atención, debido a la función social, cultural y económica que desempeña, a los numerosos problemas que debe afrontar en el contexto de una economía cada vez más globalizada, y a su importancia creciente en la salvaguardia del ambiente natural”. No podemos, por tanto, vivir de espaldas a este sector porque descuidarlo acarrearía graves consecuencias para la vida y para la economía de nuestra provincia. En este contexto de crisis, la Iglesia quiere elevar su voz a favor de quienes trabajan incansablemente para alimentar a nuestras comunidades, generando actividad en la zona rural, desempeñando un papel fundamental en la gestión sostenible del territorio y sosteniendo la identidad de nuestra historia y tradiciones.
Hace unos días, un joven zamorano manifestaba desde su tractor que “nos están robando el futuro. No nos dejan ganarnos la vida con nuestra profesión”. Su grito desesperado no debería pasar desapercibido para la comunidad, porque no es el problema de unos pocos sino de todos. Como obispo de Zamora, invito a toda la sociedad a una profunda reflexión sobre el significado del trabajo del campo, a valorar y apoyar las felices experiencias de cooperativismo que fortalecen el sector, a reconocer el esfuerzo de quienes producen los alimentos que llegan a nuestras mesas, a entender las dificultades por las que atraviesan los productores y a aceptar su legítimo derecho a la huelga como recurso inevitable para obtener el beneficio proporcionado que buscan.
Para los cristianos la agricultura y la ganadería son vocaciones sagradas, en ellas se expresa la responsabilidad dada por Dios de cuidar y cultivar la tierra. Por eso, los agricultores y ganaderos establecen una especial conexión espiritual con la naturaleza, contribuyendo al equilibrio y a la armonía en la creación y, a largo plazo, garantizando la salud de la tierra que Dios ha confiado a la humanidad.
Las administraciones públicas deberían posibilitar que los hombres y mujeres del campo puedan seguir desarrollando su actividad en beneficio de toda la comunidad y asegurar su relevo generacional. Este es uno de los grandes desafíos que, Dios lo quiera, debería afrontarse con políticas capaces de integrar al sector en una economía moderna, superando el asistencialismo y generando márgenes justos de beneficios en la cadena de producción y distribución de los alimentos.
Pide a la comunidad cristiana que ore por el trabajo digno de todos, especialmente por el de los agricultores y ganaderos de nuestra provincia. Les pido también a estos que, en medio de tanta incertidumbre, no pierdan la esperanza de ganar su sustento de una forma digna y de esta manera puedan atender a las necesidades materiales, sociales, culturales y espirituales de sus familias. Así sea.