Un escenario diferente, con el Museo ya solo en la memoria, pero con la misma emoción de siempre. La misma alegría infantil de cada Domingo de Ramos, cuando Zamora se convierte en un bosque de palmas para recibir al Hijo de Dios a lomos de una burra. Hoy, como hace dos mil años. Por los siglos de los siglos.
El obispo de Zamora, monseñor Fernando Valera, ha presidido la bendición de palmas antes de dar inicio a la procesión, en una tarde primaveral bajo un cielo de azul intenso. Los cofrades y las representaciones de las distintas hermandades se reunían en una zona de acceso restringido, desde donde se ha organizado el desfile procesional. En un gesto lleno de significado, el prelado ha entregado su palma, con la que por la mañana presidió la procesión de Ramos, al presidente de la cofradía, Alberto de la Fuente Valdés, manteniendo así viva una antigua tradición. Un humilde símbolo que, desde el templo por la mañana hasta las calles por la tarde, ha marcado el inicio oficial de la Semana Santa.
Niños de estreno, con ropa nueva o zapatos aún sin rozar. Cofrades en brazos de sus padres o en sillitas infantiles, en lo que para muchos será su primera procesión. Las capas de raso fucsia ondean entre el gentío, mientras palmas doradas y ramos de laurel bendecido llenan las filas interminables de pequeños que acompañan a sus familias. Es el debut en la Semana Santa, la procesión que nunca se olvida, la que nos devuelve a la infancia.
Domingo de Ramos, día de fiesta, de pregón y café torero. De terrazas llenas, de abrazos, de calles que son testigos de la entrada triunfal de un Jesús que cada año regresa a Zamora para morir y resucitar. Las campanas del Barandales lo anunciaban, y los redobles de la Banda de Cornetas y Tambores Ciudad de Zamora, heredera de la histórica banda de la Cruz Roja, despertaban la memoria de generaciones enteras de zamoranos.
Tras el paso de Florentino Trapero, la Banda de Música de Zamora, dirigida por Manuel Alejandro Pérez, proclamaba con sus marchas de gloria la llegada de Jesús. Cordero de Dios, Cueva Santa o La Pilarica resonaban en las calles, las mismas que volverán a escuchar su eco cuando, resucitado, ascienda por la Cuesta de Pizarro.
Ahora sí, Zamora entra de lleno en su Semana Santa. Lo hace con la mirada limpia y el alma pura de los niños, con ese regreso inevitable a la patria de la infancia, donde la fe y la tradición se encuentran. Herencia de quienes nos precedieron, presente para quienes vendrán. Es nuestro tesoro.
Jesús ya ha entrado en Zamora y hoy todo es júbilo, alegría infantil antes del drama. Zamora abre sus puertas y sus brazos a una nueva Pasión, que será diferente, pero que siempre es la misma. Bendito el que viene en el nombre del Señor.
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