José Luis Coomonte nació en Benavente hace 86 años y es hoy uno de los artistas zamoranos más prestigiosos y reconocidos, tanto en el ámbito nacional como internacional. Su padre tenía una ebanistería y así comenzó su formación inicial. La formación académica la recibió en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y al finalizar realizó diversas imágenes en madera, como la de Nuestro Señor flagelado para la Hermandad del Santísimo Cristo de la Victoria de Santa Lucía de Gordón, así como un Calvario para la iglesia de Navianos de Valverde.
El momento que marcó un hito en su carrera fue la participación en la II Bienal de Arte Sacro celebrada en Salzburgo, donde obtuvo la medalla de oro en escultura con célebre Ostensorio conservado actualmente en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Esta obra supuso un cambio de paradigma en el uso de materiales para la confección de objetos destinados al culto, otorgó modernidad al arte sacro hispano y ofreció a su autor una gran popularidad.
En el año 1962 creó junto a Kiko Argüello y Carlos Muñoz de Pablos el grupo “Gremio 62”. Este grupo se colocó a la vanguardia del arte religioso español en los años en torno al Concilio Vaticano II. También fue decisiva su cercanía al dominico fray José Manuel de Aguilar Otermín, fundador del “Movimiento Arte Sacro” y director de la revista ARA, por medio del cual recibieron diversos encargos para iglesias parroquiales y conventuales.
Entre los años de 1960 y 1970 realizó numerosos objetos litúrgicos celebrativos, como sagrarios- manifestadores, custodias, arquetas, pilas bautismales lámparas, candeleros, rejas, etc. De los cuales quedan ejemplos en las iglesias zamoranas de Cristo Rey, Nuestra Señora de Lourdes, San Lorenzo y Santiago del Burgo.
A los años siguientes pertenecen los elementos decorativos y funcionales existentes en la capilla de la Residencia del Amor de Dios (década de 1980) y en la iglesia de Santiago del Burgo (década de 1990) de Zamora. A estos hay que añadir los que posee la Hermandad de Jesús en su Tercera Caída, a la que el artista está amistosamente vinculado: estaciones del Vía Crucis (1981), cruces procesionales (1981-2015) y pectorales (1990-2009), cruz formada por yugos (1987) y corona de espinas compuesta por rejas de arado (1999). Y también la cruz procesional incorporada recientemente al Museo Catedralicio (2017).
Rivera ha calificado la producción de Coomonte como “abundante y compleja, inconfundible e inclasificable”. Uno de los temas más recurrentes en el artista es el de la cruz, que aborda desde sus primeras épocas hasta la actualidad en dibujos y obras de pequeño y mediano formato, en materiales diversos como piedra, madera, vidrio y metal.
Por su parte, Coomonte expresó –durante su intervención– su emocionado agradecimiento al director del Museo Diocesano y también a sus amigos artistas presentes en el acto, entre ellos Antonio Pedrero y Ricardo Flecha.
El escultor reconoció que a sus 86 años tiene muchas ganas de vivir y que su profesión le sigue enriqueciendo enormemente. “Empiezo a estar cansado de los éxito y de los fracasos, de todo. Pero todo esto es mi vida. La obra siempre ha tenido el entretenimiento fundamental para seguir viviendo”.
Del mismo modo aclaró que sufre algunas limitaciones propias de la edad, con lágrimas en los ojos dijo: “Me estoy quedando ciego”. Sin embargo, esto no merma sus ganas de continuar creando: “Sigo pintando. Antes dibujaba lo que veía, ahora hago lo que no veo. Pero resulta que lo que no veo me gusta tanto como lo que veo”.
Continuó explicando que en su obra religiosa son numerosas las cruces, algo que para él es una “verdadera obsesión”, como Coomonte reconoció. “Las cruces para mí han sido una vorágine porque la cruz somos todos”.
Precisamente, de las piezas expuestas son de gran valor “La Cruz de Acuña” (1985) y “La Cruz de los ausentes” de grandes dimensiones y que está expuesta en el ábside del templo de Santo Tomé. El escultor zamorano se mostró, una vez más, muy emocionado al valorar el hecho de que esta gran cruz haya sido expuesta porque para él tiene un gran significado: “La dedico a mis ausentes. Cada visitante que lo aplique a los suyos. Es una cruz caída, que no ha de estar colgada y con lágrimas que suben al cielo. Lágrimas que van a mis ausentes”.