Diez años después de la publicación de El manuscrito de piedra, que supuso la brillante irrupción en el panorama novelístico español de Luis García Jambrina (Zamora, 1960), el profesor de Literatura Española de la Universidad de Salamanca vuelve a las librerías con la tercera entrega de las aventuras del pesquisidor Fernando de Rojas. El autor de La Celestina se enfrenta ahora a un nuevo caso que le devuelve a Salamanca para investigar el asesinato de Don Francés de Zúñiga, antiguo bufón del emperador Carlos V, ocurrido en Béjar el 2 de febrero de 1532.
De la trilogía publicada hasta el momento, este nuevo volumen es el que aúna más carga histórica, intriga e intensa investigación detectivesca. Lejos de manifestar cansancio de las duras semanas de promoción del libro, García Jambrina se muestra feliz de la magnífica acogida del libro y nos anuncia que lejos de “jubilar” a su particular Sherlock Homes está deseando involucrarle en una nueva trama detectivesca.
Pregunta. Un nuevo caso para un Fernando de Rojas ya mayor que aparentemente podría suponer la despedida del autor de La Celestina, pero ¿no todo es lo que parece, verdad?
Respuesta. Sí, es la tercera entrega. Creo que puede hablarse ya de una serie, al margen de que constituya una trilogía porque tienen como elemento común Salamanca y la universidad como escenario. Así, lo consideran la gente y los periodistas, como si fuera una serie. Yo creo que es lo mejor que le puede pasar a un escritor: tener un personaje de referencia del que esperan que salgan nuevas aventuras. A veces, los demás libros no les interesan, pero este sí, la gente le tiene mucho cariño.
P. ¿Echaba de menos esa “novela negra de época” como usted la llama?
R. Quería hacer algo distinto a las primeras y, por eso, hay un salto de época muy grande que también venía dado por el personaje estelar que aparece en esta que es Don Francés de Zúñiga. Pero sí, quería mostrar un Fernando de Rojas ya mayor, un poco crepuscular y con las facultades mermadas que se ve obligado a investigar un nuevo caso. La idea era ver un poco el recorrido del personaje y volver otra vez a Salamanca. Han pasado treinta y cinco años, y se trata de un momento de transformación de la ciudad, con construcciones por todas partes: palacios, reformas, la nueva catedral, la fachada de la universidad. Estamos en la época de apogeo de la universidad y de la ciudad. Y el tercer pilar de la novela es este Francés de Zúñiga, que es un personaje maravilloso.
P. ¿Cómo se encuentra con Francés de Zúñiga este curioso personaje, nacido en Béjar en 1532 y bufón del emperador Carlos V?
R. Ha sido de una manera progresiva. Hace ya bastantes años, en los 90, que hice algunas cosas sobre Francisco Umbral. Resulta que en varias de sus novelas el nombre del protagonista era Francesillo y me enteré que era por la devoción que le tenía a don Francés de Zúñiga, del que le oí comentar varias cosas. En alguna columna decía que era el “santo patrón maldito de los periodistas españoles”. Ya me llamó la atención entonces, pero fue, sobre todo, cuando ya me encariñé con él cuando me decidí a hacer la novela.
P. ¿De los periodistas españoles?
R. Sí, “santo patrón maldito de los periodistas españoles” porque decía que era el primer cronista político y primer cronista social y, además, había muerto por ello. También escribía cartas donde les contaba a grandes personajes lo que pasaba por la corte, siempre en un tono satírico y muy mordaz. La crónica no es una crónica de historiador, es una crónica en la que saca los trapos sucios de todos y se burla de los cortesanos y los grandes personajes incluidos los grandes de España y las grandes jerarquías eclesiásticas. Se ríe de todo, los moteja y los ridiculiza. Luego es también cronista político porque va contando los grandes acontecimientos del reinado de Carlos I. Por eso, lo considera como un antecedente de los periodistas españoles.
P. ¿Qué fue lo que más le llamó la atención de este personaje tan excepcional?
R. Al margen de la interpretación que yo doy de su muerte, probablemente fue asesinado por alguien que se las tenía juradas por haberse reído o burlado de él. Y, por eso, a mí me llamaba la atención. Luego me entero de que era bejarano y ya se me quedó ahí el personaje. En las sucesivas visitas que fui haciendo a Béjar desde que publiqué la primera novela, José Antonio Sánchez Paso me fue guiando con la secreta intención de que acabara escribiendo una novela sobre don Francés. La última vez que estuve, hace dos años, hablamos más del asesinato, si era o no converso. Fue en ese momento cuando decidí escribir la novela, con la suerte de que José Antonio me pasó varias cajas con material que él tenía, libros, lo que él había escrito, artículos, algún material más o menos inédito, poco accesible. Y con eso ya fui construyendo el personaje. Al principio no sabía si iba a hacer una novela sobre él. Decidí integrarla dentro de la serie de Rojas. Era perfecto que fuera él el que investigara la muerte de don Francés.
P. Entonces, la novela tiene una parte de investigación histórica muy importante que se funde con la ficción…
R. Yo creo que sí. Siempre hay ficción, como la hay en los libros de los historiadores también inevitablemente. Pero en mi caso, siempre hay ficción porque me ocupo de hechos y de personajes un tanto enigmáticos sobre los que se sabe muy poco; por eso hay que inventar. Pero yo creo que es de todas las novelas que he escrito, no solo de la serie, la más histórica. Intenté interpretar los hechos y el crimen desde el contexto político y social de España, sobre todo, de la Salamanca de aquel momento. Al mismo tiempo, es la que tiene más intriga y la que muestra una investigación detectivesca más ajustada y desarrollada porque vemos que se van eliminando sospechosos hasta llegar a la resolución final. No me interesa solo lo que es la muerte de Don Francés, sino, al hilo de la investigación, ir un poco reconstruyendo su vida. Como el detective tiene que hablar con unos y con otros, todos le van dando visiones personales, generalmente contrapuestas. Así, creo que el lector tiene una imagen mucho más real de lo que pudo ser este hombre. Intento, por ejemplo, mostrar el mundo de los bufones que siempre los visualizamos como un enano contrahecho, vestido de forma ridícula.
P. Pero el francesillo no era un bufón cualquiera…
R. Dentro del mundo de la bufonería, había muchos grados y don Francés pertenece al grado superior, lo que llamaban entonces los locos fingidos, los locos discretos y los locos de oficio porque hacían de la locura una especie de oficio y, además, eran locos muy inteligentes. En este caso, era un tío extraordinariamente culto y leído. La prueba está en los escritos donde demuestra conocer varias lenguas, cita muchos autores y tiene una voluntad de estilo que llevó a otro escritor posterior, Valle Inclán, a decir que era el antecedente del esperpento. Por eso, yo creo que Umbral lo conoció a lo mejor a través de Valle Inclán.
P. ¿Cree que puede ser la primera víctima documentada de lo que hemos llamado “los límites del humor”?
R. Yo creo que sí. España es un caso ejemplar en ese sentido. No es fácil decir las verdades incómodas, que nadie se atreve a expresar, y plantearlas desde el humor y la mordacidad. Esto le lleva a caer en desgracia porque sabemos que el emperador lo expulsa de la Corte, por lo que se tiene que volver a Béjar. Pierde el favor del rey, se siente desprotegido. Encima, dos años después, muere el duque de Béjar, que también era su señor. Así quedó, a la intemperie, sin ningún protector. Justamente pocos meses después lo matan. Es un caso ejemplar de alguien que es asesinado por decir la verdad. Por decirla además con burla y mordacidad. Algo que de alguna manera sigue estando vigente porque, aunque ya no matan a nadie, por lo menos en los países occidentales, todavía se puede ir a la cárcel por contar un chiste que puede ser de mal gusto.
P. De don Francisco de Zúñiga ha dicho usted que simboliza “a todos los que intentan ser libres y contar la verdad”. Sin duda, el anhelo de todo periodista, pero las lenguas afiladas en muchos casos llegan incluso a condenar a muerte y en El Manuscrito de fuego volvemos a verlo.
R. Sí. De hecho, le dedico la novela por eso. Al final, más allá de investigar su muerte a través de Rojas y de reconstruir su vida -que es además muy contradictoria y compleja-, Francés no es de estos personajes de una pieza: tiene muchos recovecos, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Por ejemplo, él era muy ambicioso. Sus deseos pasaban por atesorar tierras y propiedades para luego dejárselas en herencia a su hijo en un mayorazgo que había constituido. En última instancia, lo que yo quería hacer con don Francés era un símbolo de aquellos que dicen lo que nadie más se atreve. Curiosamente en estos tiempos que existen más cauces para la expresión nos encontramos con menos libertad para expresar nuestras ideas, por ser políticamente correcto. A veces se legisla de una manera un poco ambigua, como los casos de los condenados por delitos de odio. Vivimos un momento muy delicado en cuanto a la libertad de expresión. Un personaje como don Francés creo que podría ser un buen referente, es un personaje que hay que dar a conocer.
P. Un bufón de esta categoría en el mundo actual y en España en particular se lo pasaría a lo grande contando todo lo que está sucediendo…
R. (sonríe) El problema de contar las cosas que ocurren hoy en día es que los propios protagonistas de las noticias políticas se muestran de una manera tan caricaturesca que ya es difícil caricaturizarlos. Un personaje como Trump, en el campo internacional, no necesita bufón porque es un bufón en sí mismo. Es un tipo muy caricaturesco que produce gran hilaridad en todas las manifestaciones que hace, incluido su aspecto. Como suelo decir, ahora el bufón es el rey, el bufón es el poderoso. El caso de Puigdemont me parece también muy aleccionador, con acciones disparatadas e inconcebibles hace unos años. Por eso un bufón no podría burlarse de él. Y la prueba de lo que digo está en un hecho reciente, que acaban de nombrar presidente de Tabarnia a Boadella, el gran bufón de las últimas décadas, un tipo extraordinario. Tiene un libro de memorias que se titula “Memorias de un bufón”. Él siempre se ha definido como bufón, de modo que estaba condenado a ser presidente de un país bufonesco como es Tabarnia. Un poco lo que hacen los bufones es poner también de relieve la realidad de las cosas. España todavía sigue siendo un país muy esperpéntico y produce personajes cada vez más esperpénticos. La diferencia es que ahora todo se multiplica a causa de las redes sociales y los medios de comunicación. Todo tiene más resonancia, se globaliza. Por eso el bufón lo tiene complicado hoy en día.
P. El manuscrito de fuego es el tercer libro protagonizado por Fernando de Rojas. No sé si ya se ha cansado de él o le apetece seguir enriqueciendo a este magnífico personaje.
R. Lo tuve abandonado durante ocho años por eso de no querer encasillarme. Pero en este momento me apetece mucho continuar con él. Me he dado cuenta de que fundo un territorio propio con los manuscritos, y lo más lógico es que yo vuelva a ese territorio mío para ampliarlo. Ahora me siento muy cómodo, tengo ganas de escribir la cuarta entrega, tengo una idea para ella. Quiero sacar al personaje del escenario salmantino, aunque siga vinculado a esta ciudad. Seguramente lo siguiente que escriba sea la continuación de esta historia porque me he sentido muy a gusto y me lo he pasado muy bien.
P. ¿Publicarla en este año tan simbólico para la Universidad de Salamanca, con la conmemoración del VIII centenario de su fundación, fue planificado o fruto del propio proceso creativo?
R. Fue la necesidad. Yo suelo dedicar dos años a todo el proceso completo. El momento en el que decidí escribir la novela me ha conducido inevitablemente hasta aquí. Me puse una fecha para terminar. Ahí me di cuenta de la proximidad del 2018. Me gustó esa coincidencia. Lo que sí fue una decisión deliberada fue publicar la novela en enero, pero todo lo demás iba al margen. Yo creo que cada novela tiene su tiempo y estas coincidencias a mí siempre me han gustado. Además, es algo que me resulta muy estimulante. En esta novela quería completar ese homenaje a la Universidad de Salamanca que ya aparece en las otras dos entregas. Todo fue una serie de circunstancias. Solo hay una fecha incontrovertible dentro de la cronología de la novela, el 2 de febrero de 1532, el día que muere don Francés. Lo primero que miré fue la edad que tendría Rojas, que se encontraría cerca de los 60 años y aún viviría unos cuantos más. Ocurrió algo importante, pues me di cuenta de un acontecimiento muy interesante que coincidía con esa fecha. La fachada de la universidad acababa de ser construida en esos años. Esto supuso una oportunidad única, pues yo tenía muchas ganas de enfrentarme a este monumento. Todo me llevó su tiempo, pero quería que esta novela fuera un homenaje a la Universidad de Salamanca.
Luis García Jambrina: “Los bufones de verdad lo tendrían muy complicado hoy en día”
El profesor zamorano de la Universidad de Salamanca publica ‘El manuscrito de fuego’, tercera entrega de las aventuras de Fernando de Rojas.
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