Se cree que fray Álvaro de Zamora –así se le denomina en la documentación antigua, al igual que en el Martirologio antes citado– nació en Zamora a mediados del siglo XIV. Se da la fecha de 1368 para su entrada en la Orden de Predicadores (dominicos). Fue durante muchos años profesor de Teología en el Estudio General del Colegio de San Pablo de Valladolid y confesor del rey Juan II de Castilla y de su madre.
En 1416 recibió el título de maestro en Teología por la Universidad de Salamanca. Entre 1418 y 1420 visitó Italia, donde conoció los ensayos de reforma dominicana iniciada por el beato Raimundo de Capua, y peregrinó a Tierra Santa. En compañía de fray Rodrigo de Valencia y con el apoyo económico de los reyes eligió la sierra cordobesa para adquirir en 1423 la Torre Berlanga, donde fundó el Convento de Escalaceli, cuna de la reforma en España.
En 1427 fue nombrado por el papa “prior mayor” mientras viviese, convirtiéndolo en máxima autoridad de las fundaciones reformadas. Dado que el paisaje del convento cordobés recordaba la tipografía de Jerusalén, construyó oratorios proponiendo la meditación de la Pasión de Cristo, por lo que es considerado como el introductor en Europa de lo que sería la devoción localizada del Vía Crucis. Murió en torno al año 1430. Sus reliquias se conservan en el convento de Escalacaeli. El papa Benedicto XIV aprobó su culto en 1741. En Córdoba (España) hay una parroquia dedicada al beato.
Desconocido en Zamora
Como se afirma en el libro Con nuestros santos zamoranos, “quizá muy pocos de nosotros sabían que el beato zamorano Álvaro de Córdoba fue el introductor de la oración devocional, tan arraigada en la Iglesia, del Vía Crucis”.
Resulta curioso comprobar, si seguimos leyendo, “cómo uno de los nuestros, de manera sencilla, humilde y casi anónima, hace una aportación a la fe y a la devoción de todos los cristianos tan importante como es ampliar la oración y meditación de los momentos más importantes de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo a cualquier lugar fuera de la Vía Dolorosa de Jerusalén. Y esto para todas las épocas”.
El milagro del beato Álvaro
La iconografía del zamorano lo muestra siempre con hábito dominicano (blanco con capa negra), y normalmente aparece sosteniendo en sus brazos a un mendigo, mostrando así una gran historia que se recuerda del fraile, y que resumimos aquí según la página web de la Hermandad.
Cuenta la tradición que un día, yendo fray Álvaro a predicar a Córdoba, cosa que hacía frecuentemente como buen dominico, no muy lejos del santuario, se encontró a la vera del camino a un mendigo medio muerto de frío y de hambre.
Viendo el fraile que había un ser humano que necesitaba su ayuda, se apartó de su ruta para atender al mendigo, envolviéndolo en su capa. Lo cargó sobre sus espaldas y regresó con él al convento, como un nuevo buen samaritano.
Llamando a sus hermanos de comunidad les dijo: “aquí traigo este mendigo, para que practiquemos con él la misericordia”. Al destaparlo, el mendigo ya no era un mendigo, sino una imagen de Cristo crucificado.
Y sigue diciendo la leyenda que estuvieron los frailes, durante toda la noche, orando ante el crucificado, y de madrugada desapareció.
Con el tiempo, la comunidad procuró, en perpetua memoria y acción de gracias, reproducir el crucificado imitando los rasgos del original. Este es, desde mediados del siglo XVI, el que hasta hoy se venera en el santuario de Escalaceli con el nombre de “Santísimo Cristo de San Álvaro de Córdoba”.
Fuente: Aleteia.