La música y el sonido anunciaban el comienzo de la procesión de Jesús Nazareno. Después de que las precipitaciones hicieran acto de presencia, la Iglesia de San Juan de Puerta Nueva era el escenario para uno de los momentos más característicos de la Semana Santa zamorana. El Cinco de Copas se mecía al son de la Marcha Fúnebre de Thalberg en el interior del templo.
La icónica música rompía el murmullo de las personas que discutían si iba a salir la procesión o no, esperando con el agua que se había formado bajo sus pies, consecuencia de las precipitaciones. La inclemente amenaza del tiempo no fue suficiente para echar atrás ni a los hermanos ni al público, hasta que pasadas las 5:20, la directiva decidía que la procesión salía con el recorrido completo
Unos y otros acompañaban a los grupos escultóricos de la procesión mientras el sol se levantaba para ver madrugar la Semana Santa zamorana. De esta manera, los cofrades iban pintando de negro la plaza Sagasta, San Torcuato, hasta llegar a las Tres Cruces. Aquí, en el tradicional descanso, las sopas de ajo y el chocolate con churros servían de perfecta vianda para coger fuerzas para el regreso.
El Cinco de Copas había tenido una importancia icónica al comienzo de la procesión, pero el momento de las reverencias a la Virgen no desmerecía. Si el verde era el color de la esperanza apenas veinticuatro horas antes, los otros pasos se rendían al negro de la Soledad en unos de los momentos más emotivos de la Semana Santa.
Una vez mostrados los respetos, el sol empujaba a los hermanos para bajar a la plaza Mayor, donde la Soledad se despedía del resto de grupos escultóricos, que encontraban su descanso en el Museo de Semana Santa.
Fotografía: Sofía Villar