El obispo de Zamora, Fernando Valera Sánchez, ha presidido esta mañana la Misa Crismal en la S.I Catedral de Zamora, una celebración en la que se han bendecido los Santos Óleos y los sacerdotes han renovado sus promesas. Cerca de un centenar de presbíteros diocesanos han concelebrado la eucaristía a la que también han asistido decenas de fieles en la mañana de Miércoles Santo.
En su homilía, el obispo ha pedido a los sacerdotes que no se instalen en el “pesimismo” y la “murmuración” para no caer en la tención de ser “sacerdotes gruñones”. En ese sentido, ha urgido a los presbíteros a que renueven “el primer amor” o lo que es lo mismo “esa experiencia única donde el Señor se convierte en el centre de nuestro ser”.
Monseñor Valera les ha recordado, en el día en el que renuevan sus promesas, que adoren y confíen “con humildad y sencillez” para dejar así emerger el espíritu que recibieron el día de su ordenación. “Hacedlo como nos pide el Papa: cercanía a Dios, cercanía al Obispo, cercanía a los hermanos sacerdotes y cercanía al santo Pueblo de Dios, especialmente a los pobres”.
Por otra parte, el obispo ha recordado también a las víctimas de la guerra en Ucrania y a los enfermos de COVID-19: “Nuestro pueblo fiel está cansado de un mundo que agrede, que enfrenta a hermanos contra hermanos, que destruye y que calumnia. Nuestro pueblo no quiere sacerdotes crispados, nuestro pueblo fiel nos pide cercanía y mansedumbre”.
Finalizó su homilía en la Misa Crismal dando gracias a los presbíteros por su ministerio. “Gracias por ser sacerdotes, gracias por ser colaboradores fieles de mi ministerio episcopal. Gracias por vuestro servicio, vuestra entrega y tanta generosidad. Dios bendiga vuestro ministerio sacerdotal”.
¿Qué es la Misa Crismal?
En la liturgia católica es la primera celebración indicada por el Misal Romano para el Jueves Santo, previa a la Misa de la Cena del Señor, pero en Zamora –al igual que en otros muchos lugares– se adelanta un día para que puedan asistir con más facilidad los sacerdotes diocesanos, los laicos y los consagrados.
En la Misa Crismal, después de la homilía del obispo, el clero renueva públicamente ante el pueblo de Dios las promesas de su ordenación presbiteral. Tras una invitación a ese momento por parte del obispo, les pregunta tres veces a los sacerdotes presentes por su voluntad de ser fieles al ministerio recibido, y ellos responden las tres veces: “sí, quiero”. Seguidamente, invita al resto de fieles a rezar por sus ministros, recibiendo por respuesta: “Cristo, óyenos; Cristo, escúchanos”.
El momento posterior de esta eucaristía consiste en que el obispo consagra el Santo Crisma y bendice los óleos de los catecúmenos (empleado en el bautismo y en sus ritos preparatorios) y de los enfermos (empleado en la unción de los enfermos), de ahí el nombre de “Misa Crismal”.
La palabra “crisma” proviene del término griego chrisma, que significa unción (y por ello Cristo significa ungido, Mesías). Así se llama al aceite y bálsamo mezclados que el obispo consagra este Miércoles Santo por la mañana, y que servirá para ungir a los nuevos bautizados, signar a los confirmados y ordenar a sacerdotes y obispos.
Varios ministros y fieles se acercan en procesión, desde el coro de la Catedral hasta el presbiterio, llevando tres ánforas con los óleos. En primer lugar, el obispo bendice el óleo de los enfermos, “para que cuantos sean ungidos con él sientan en cuerpo y alma tu divina protección y experimenten alivio en sus enfermedades y dolores”.
A continuación, hace lo mismo con el óleo de los catecúmenos, pidiendo a Dios que éstos, los que se preparan para recibir el bautismo, “vivan más hondamente el evangelio de Cristo, emprendan animosos la tarea cristiana y, admitidos entre tus hijos de adopción, gocen de la alegría de sentirse renacidos y de formar parte de la Iglesia”.
Por último, en el interior del ánfora con el óleo preparado para el Santo Crisma, el obispo vierte un frasco de perfume y, a continuación, sopla sobre la boca del ánfora, tras haber invitado a los fieles presentes a rezar para que los que sean ungidos con él “sientan interiormente la unción de la bondad divina y sean dignos de los frutos de la redención”. Después, con las manos extendidas, pronuncia una larga oración de consagración, que en un momento concreto cuenta con la participación de todos los sacerdotes concelebrantes, que extienden la mano derecha hacia el Crisma en silencio.