Saludo a la Diócesis de Zamora
“Por la imposición de manos y por las palabras de la consagración se confiere la gracia del Espíritu Santo y se queda marcado con el carácter sagrado. En consecuencia, los obispos, de manera eminente y visible, hacen las veces del mismo Cristo, Maestro, Pastor y Sacerdote, y actúan en su persona” (LG 21).
Queridos hermanos que peregrináis en la Iglesia diocesana de Zamora:
¡Paz y gozo en el Espíritu Santo!
Os saludo cordialmente en Cristo Jesús, pastor de nuestras almas, invocando a San Atilano con temor y temblor con la confianza puesta en el Señor. Recibo una nueva llamada en la llamada. Dios por medio de la Iglesia me quiere conferir el don del Espíritu Santo para que sea Obispo de la Iglesia de Zamora.
Agradezco sinceramente a Dios y al Santo Padre el Papa Francisco la confianza en mí depositada. Desde aquí, en comunión con el colegio episcopal, manifiesto mi adhesión y mi afecto a su persona y a su ministerio en la caridad.
Soy consciente de mis limitaciones, debilidades y pobrezas personales. De nuevo escucho: “Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad” (2 Cor 12, 9). En su nombre vuelvo a remar mar adentro y me fío de su palabra una vez más.
Estamos viviendo un momento muy difícil provocado por la pandemia del Covid-19 que tanta incertidumbre nos está creando. Es un tiempo recio que nos determina a situarnos radicalmente en las manos de Dios, a orar por los difuntos y a cuidar de los enfermos y a renovar ante Él y su Iglesia, la alegría de servir.
Ante el ministerio episcopal que pronto recibiré, Dios mediante el próximo 12 de diciembre, os pido que recéis por mí. Necesito vuestra ayuda para ser Obispo de Zamora. Me tenéis que enseñar a conocer y a amar la realidad de la Diócesis y a compartir vuestra experiencia cristiana, vuestros gozos y sufrimientos. Siento una llamada especial a ser discípulo, a sentarme en la escuela de Jesús y a aprender de Él para ser vuestro Pastor según su Corazón. Tened paciencia conmigo.
Por pura gracia os llevo ya en el corazón. La imagen patrística del esposo que se une con su esposa se concreta en el signo del anillo episcopal: ¡Ser de Jesús, Vivir de la Eucaristía! El Señor nos da su cuerpo, en forma de pan, es la humanidad sobrenatural; éste es el misterio de nuestra fe, es el cuerpo de Cristo que nos lleva a curar los cuerpos de los pobres y de todo sufrimiento; es el cuerpo de Cristo, es el Amor.
Quiero aquello que Santa Teresa de Jesús escribía: En la oración lo que cuenta no es pensar mucho, sino amar mucho. Ya en mi oración y pronto en mi ministerio. Quiero amaros en el Señor, entregarme por completo en el día a día y serviros siendo un hombre de Dios: El primado es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e impulsarnos con la fuerza de su Espíritu. La verdadera novedad es la que Dios mismo
misteriosamente quiere producir, la que Él inspira, la que Él provoca, la que Él orienta y acompaña de mil maneras (EG 12). Es un ministerio de discipulado misionero, donde la principal tarea es amar. Amar -dice Santa Teresa del Niño Jesús- es darlo todo y darse uno mismo.
Deseo agradecer a D. José Francisco Matías Sampedro, Administrador Diocesano de Zamora, su acogida y servicio. Gracias por la información entregada, signo de una Iglesia viva y servidora. Gracias al presbiterio, a los diáconos, seminaristas, religiosos y religiosas, a los fieles laicos y al santo Pueblo de Dios. Gracias por esa entrega generosa que se intuye desde mi primerísimo acercamiento a vosotros. Gracias por vuestra dedicación tan esmerada a los más pobres y desfavorecidos. Es una Iglesia que ama y sirve con generosidad. Soy consciente de que voy a una Diócesis con profundas raíces creyentes. Con una cantera de santos y de mártires. Una Iglesia de una belleza espectacular labrada en un patrimonio secular inigualable. El románico me apasiona y su abundancia con tantos ejemplos singulares me invita desde ahora a vivir un ministerio con hondura y profundo misterio. Es una invitación a la sencillez y a la pureza.
Tocar la carne de Cristo, besar sus llagas en el sufrimiento de los enfermos, encarcelados, migrantes, de los que viven en soledad, de los tóxico-dependientes, de todas las víctimas. Defender la vida de todos, especialmente de los vulnerables, los no nacidos y los enfermos terminales. Me pondré a caminar con vosotros en un estilo sinodal y a servir siempre con alegría. Las Bienaventuranzas son nuestro camino, pues En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas (GE 63).
Envío un saludo respetuoso a las autoridades civiles, políticas, académicas, judiciales, militares y a los agentes sociales, así como a tantos hombres y mujeres de buena voluntad, creyentes y no creyentes, cristianos y no cristianos. Trabajando por el bien común encontraremos espacios de diálogo, respeto y servicio a la sociedad.
A San Atilano, patrono de la Diócesis, a San Ildefonso, patrono de la ciudad de Zamora y a La Virgen María en sus distintas advocaciones de nuestra Iglesia local, encomiendo mi ministerio y todas vuestras personas y trabajos. Que en todo seamos humildes y sencillos como Ella y sepamos llevar a Jesús a los hombres y mujeres de Zamora.
Que Dios en su infinita misericordia os bendiga a todos.
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